De La Lujuría

Todo surgió en una de nuestras charlas. Y no me pude negar.  A. Irles , 5 imagenes de su Tumbr y un reto: «elije una y escribe una historia». Acepté y De La Lujuria vió la luz en Otra Resaca Más.

Por supuesto, el reto fue reciproco, no podía ser de otra manera. Y su respuesta está al caer. ¿Tú te atreves? … Ya sabes contessa.pandora@gmail.com Mientras… disfrutad.

De La Lujuria

suspiro lujuria

“Un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable, de manera tal que en su deseo, un hombre comete muchos pecados, todos los cuales se dice son originados en aquel vicio como su fuente principal. […] Los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana está principalmente inclinada.”

Tomás de Aquino.

Cruzó el umbral y se adentró en las sombras, en la oscuridad. Frescor. La sensación la envolvió por completo. Fuera, aunque la tarde empezaba a caer, el calor seguía haciendo estragos. Demasiado calor para respirar, demasiado calor para estar tranquila.

Sintió cómo las gotas de sudor le caían por la espalda, se llevó la mano a la espalda y se retiró el vestido de tela fina dejando pasar el aire fresco. Frescor. No le quedaba mucho tiempo, el tiempo corría.

Aspiró la densidad del aire, el olor familiar. Sin pensar rodeo la parte central y entre las sombras se dirigió hacia el fondo. Sus cuñas de esparto no hacían ruido al pisar y su vestido de verano acariciaba sus muslos con su paso ligero.

A su paso, las pequeñas llamas dejaban de estar tranquilas y temblaban. A parte de ellas nadie más parecía percatarse de su presencia allí.

Llegó a la puerta que estaba buscando, aspiró hondo y giró el picaporte. La pesada puerta de madera cedió suave y se abrió. La estancia estaba en semipenumbra sólo la cálida luz que entraba por la ventana alta le daba un cierto aire acogedor. En la estancia un mueble de madera oscura con celosías y cajones, una mesa de escritorio central y el pequeño vestidor dónde estaban las ropas del rito.

Cerró la puerta tras de sí, se quitó el bolso y lo puso en la silla que estaba a su izquierda y presidía la mesa. Con las yemas de sus dedos acarició la superficie oscura de la mesa y se estremeció. Ahora sabía por qué allí. Estiró el cuello al sentir el escalofrío que le bajaba por la nuca.

– Separa las piernas.

Separó las piernas. Su voz.

Clack. Una cerradura cerrada. Clack. Una vuelta de llave. Su respiración detrás de ella. La cremallera de su vestido bajando. Su vestido en el suelo.

– Extiende los brazos cómo antes.

La mano retorciendo su tanga desde atrás mientras se clavaba en su carne. La presión aumentaba, y se le clavaba en el coño. Su espalda se arqueó, su caderas se adelantaron. Delicioso. Un rasgado lento mientras seguía retorciendo el tanga. La tela cedía, los hilos se rompían y ella se mojaba.

Sintió cómo las puntas de sus dos dedos se posaron en su cuello, imaginó ese gesto que siempre lo veía hacer en alto y en el aire cuando miraba a todos. La piel erizada y los pezones duros.

– Recuerda: Silencio.

Descendía por la espalda. Lento.

– Están al otro lado y te escucharán.

Por el culo.

– ¿Entendido?

– Si.

En el coño.

– Inclínate.

Así comenzó su masaje, el calor y su tortura. El aire comenzaba a faltarle.

– Chorreas.

Y mientras masticaba las letras en su oído le iba insertando los dos dedos. Lento. Lenta la mano, lento el tiempo, lento el calor. Su boca y sus ojos se abrían también lentos.

– Recuerda: Silencio. Es necesario.

Con movimientos tranquilos, seguros comenzó a moverlos dentro. Tenía la seguridad de amo, de saber lo que hacía. Él siempre sabía lo que hacía. Ella empujaba hacía atrás arqueándose más y su mano hacia delante. Leves movimientos que se iban clavando. El calor la invadía, movía las caderas e intentaba acelerarlo. Sabía que quedaba poco.

– Tienes un culo espectacular.

Y el tercer dedo se hizo dueño de su culo. La sacudió. Se le deshicieron las piernas y el espasmo se la llevó hacia adelante, un quejido de lujuria salió de su boca y tuvo que apoyarse en sus codos.

– Te lo he dicho. Silencio.

Las piernas le temblaban y su respiración era rápida. Mientras le sacaba los dedos lentamente se inclinó para besarla en la nuca y agarrarla del cuello con la mano libre.

– Mañana te volveré a follar la boca. Para que aprendas a guardar silencio.

Otro espasmo. Cuando él la soltó se dio la vuelta y se agachó por el vestido del suelo. Le observaba cómo se colocaba la ropa del rito. En el orden establecido, mecánico. Una tras otra. Capa sobre capa. Ya vestido se giró hacia ella que lo miraba absorta y mirándola se chupó los dos dedos lentamente. Último espasmo, último escalofrío.

– Vístete. No hay más tiempo.

Se puso el vestido y cogió su bolso. Él estaba girando la llave a punto de salir cuando se dio cuenta del pequeño detalle. Alargó su mano y lo cogió del mueble.

– Toma. Se te olvida el alzacuellos.

Lo cogió, se lo ajustó en su sitio y salió por la puerta. Mañana la volvería a ver. Ahora tocaba misa de ocho, y el tiempo volvía a correr.

C. Pandora. ( Publicado en Otra Resaca Más, el 25 de Febrero 2015)

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